Catequesis sobre la familia: La corrección, elemento esencial en la educación (I)

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La corrección: elemento esencial en la educación [27].

«Así corno Dios nuestro Padre ha tratado a su pueblo, corrigiéndolo y castigándolo para preparar un pueblo de pobres de Yahvé que acogiesen al Mesías» (Historia de la salvación).

Como Dios Padre trató a su Hijo hecho hombre para nuestra salvación (aprendió sufriendo a obedecer, vivió e indicó el único camino de salvación en la sumisión filial a la voluntad del Padre: «He aquí que vengo para hacer tu voluntad…», «Mi alimento es hacer la voluntad del Padre mío…»).

Como el Padre nos trata a nosotros, hijos adoptivos, corrigiéndonos a través de las pruebas de la vida…

Así los padres, padre y madre, están llamados a aprender la paternidad y la maternidad de la manera de actuar de Dios mismo, «del cual deriva toda paternidad y maternidad en la tierra».

Toda actitud que se distancie de este amor de Dios hacia nosotros es neurótica y produce daños a sí mismos y a los hijos. Por eso, respecto a la educación de los hijos, estamos llamados a confrontarnos constantemente con el modo de actuar de Dios, con su pedagogía hacía nosotros.


El Señor corrige a quien ama

El autor de la Carta a los Hebreos exhorta a las comunidades cristianas que viven en un contexto de persecución a acoger la corrección de Dios como signo del amor del Padre.

«Hijo mío, no rechaces la corrección del Señor, ni te desanimes por su reprensión; porque el Señor reprende a los que ama y castiga a sus hijos preferidos. Soportáis la prueba para vuestra corrección, porque Dios os trata como a hijos, pues ¿qué padre no corrige a sus hijos? Si os eximen de la corrección, que es patrimonio de todos, es que sois bastardos y no hijos. Ciertamente tuvimos por educadores a nuestros padres carnales y los respetábamos, ¿con cuánta más razón nos sujetaremos al Padre de nuestro espíritu a así viviremos? Porque aquellos nos educaban para breve teimpo, según sus luces; Dios, en cambio, para nuestro bien, para que participemos de su santidad. Ninguna corrección resulta agradable, en el momento, sino que duele; pero luego produce fruto apetecible de justicia a los ejercitados en ella. Por eso, fortaleced las manos débiles, robusteced las rodillas vacilantes, y caminad por una senda llana: así el pie cojo, no se retuerce, sino que se cura» (Hb 12, 5-13).


Corregir a los hijos

«Reconoce asimismo en tu corazón, que como castiga (corrige) el hombre a su hijo, así Yahvé tu Dios te castiga (corrige)» (Dt 8, 5).

«El hijo sabio toma el consejo del padre; mas el burlador no escucha las reprensiones».

«El que detiene el castigo, a su hijo aborrece; mas el que lo ama, madruga a castigarlo» (Pr 13).

«Castiga a tu hijo en tanto que hay esperanza; mas no se excite tu alma para destruirlo» (Pr 19).

«Corrige a tu hijo y te dará descanso, Y dará deleite a tú alma».

«La vara y la corrección dan sabiduría; mas el muchacho consentido avergonzará a su madre» (Pr 29).

«¿Tienes hijos? Adoctrínalos. Doblega su cerviz desde su juventud. ¿Tienes hijas? Cuídate de ellas, y no pongas ante ellas cara muy risueña. Casa a tu hija y habrás hecho una gran cosa, pero dásela a un hombre prudente» (Eclo 7, 23).


El que mima a su hijo, vendará sus heridas

El que ama a su hijo, le azota sin cesar, para poderse alegrar en su futuro.

El que enseña a su hijo, sacará provecho de él, entre sus conocidos de él se gloriará.

El que mima a su hijo, vendará sus heridas, a cada grito se le conmoverán sus entrañas.

Caballo no domado, sale indócil; hijo consentido, sale libertino.

Halaga a tu hijo y te dará sorpresas; juega con él y te traerá pesares.

No rías con él, para no llorar, y acabar rechinando de dientes.

No le des libertad en su juventud, y no pases por alto sus errores.

Doblega su cerviz mientras es joven, tunde sus costillas cuando es niño, no sea que, volviéndose indócil, te desobedezca, y sufras por él amargura de alma.

Enseña a tu hijo y trabaja en él, para que no tropieces por su desvergüenza.

Eclesiástico 30.


Afanes de un padre por su hija

Una hija es para su padre un secreto desvelo, aleja el sueño la inquietud por ella.

En su juventud miedo a que se le pase la edad; si está casada, a que sea aborrecida.

Cuando virgen, no sea mancillada y en la casa paterna no quede encinta.

Cuando casada, a que sea infiel; cohabitando, a que sea estéril.

Sobre la hija desenvuelta refuerza la vigilancia, no sea que te haga la irrisión de tus enemigos comidilla en la ciudad, corrillos en el pueblo, y ante el vulgo espeso te avergüence.

Eclesiástico 42.

Hay que seguir y cuidar de las hijas de manera particular. En la sociedad en la que vivimos, con la agresividad sexual constantemente presente en los medios de comunicación, en la publicidad, en las modas… es fácil que las hijas, para que no se sientan en dificultad con las amigas y con los compañeros de clase o del colegio, quieran adecuarse al estilo de las otras muchachas. Las hijas, en efecto, adoptando modas y costumbres del tiempo en la manera de vestir, actúan muchas veces de manera ingenua a la hora de presentarse, sin saber que ciertas actitudes y ciertas modas son provocadoras para los chicos.

Los padres están llamados a ser realistas y a hablar a las hijas de los peligros a los que se exponen con ciertos comportamientos o ciertas modas de vestir (como minifaldas exageradas u ombligos descubiertos) si no quieren encontrarse después con la sorpresa de verlas un día embarazadas o, peor aún, descubrir que han abortado. La mentalidad corriente de un falso sentido de la libertad no es propia de los cristianos, llamados a ser signo de un pueblo sacerdotal, consagrado a Dios, con una misión de salvación para esta generación. Adecuarse al mundo, a las modas, es traicionar la llamada y la elección del Señor sobre nosotros y sobre nuestras familias y, por consiguiente, sobre nuestros hijos y nuestras hijas. Los padres, sobre todo, cuiden de que las hijas vayan vestidas de modo decente y digno cuando participan en las celebraciones de la comunidad cristiana.


Todo cuanto hagáis, hacedlo de corazón, como para el Señor y no para los hombres

Hijos, obedeced en todo a vuestros padres, porque esto es grato a Dios en el Señor. Padres no exasperéis a vuestros hijos, no sea que se vuelvan apocados.

Esclavos, obedeced en todo a vuestros amos de este mundo, no porque os vean, corno quien busca agradar a los hombres, sino con sencillez de corazón, en el temor del Señor.

Todo cuanto hagáis, hacedlo de corazón, como para el Señor y no para los hombres, conscientes de que el Señor os dará la herencia en recompensa. El Amo a quien servís es Cristo.

Colosenses 3, 20.

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Notas

[27] La Biblia enseña que los padres tienen la tarea y la responsabilidad de guiar a los hijos para que se apropien de determinados valores y desarrollen la capacidad de distinguir entre el bien y el mal en las diversas esferas de la vida.

La disciplina consiste en una parte esencial de la guía hacia los valores en cuanto sirve a reforzarlos valorando la justa actitud comportamental. La ausencia de disciplina comporta la ausencia de una guía. La literatura hebrea cita a menudo la idea que la disciplina tiene que ser seguida siempre por el afecto y el amor de manera que el hijo no interprete la punición como un rechazo hacia su persona sino como intolerancia hacia el acto cometido. La palabra «disciplina» deriva del sustantivo «discípulo», de ahí es posible derivar un importante concepto pedagógico. No es posible forzar la enseñanza de una materia a un discípulo, puesto que eso debe ser el resultado de un deseo de aprendizaje. De la misma manera la verdadera disciplina debe brotar del deseo de dejarse guiar. El terreno en el que se instaura una disciplina apropiada y una sana relación es aquel en el que se ha conseguido a hacer del hijo un «discípulo». Eso exige paciencia y perseverancia, mas sobre todo es necesario que antes el padre haya construido una relación de amor afianzada con su hijo. Esta enseñanza puede ser deducida del comentario pedagógico al Mishlei del Goan de Vilna que explicita cómo a veces es necesario no crearse unas falsas expectativas sobre resultados inmediatos, sino tener la agudeza y la paciencia de retroceder, cuanto eso sea necesario, antes de proyectarse hacia delante.

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