Catequesis sobre la familia: La familia, Iglesia doméstica

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«Escucha Israel: Yahvé nuestro Dios es el único Yahvé. Amarás a Yahvé tu Dios con todo tu corazón, con toda tu alma, con toda tu fuerza. Queden en tu corazón estas palabras que yo te dicto hoy. Se las repetirás a tus hijos, les hablarás de ellas tanto si estás en casa como si vas de viaje, así acostado como levantado; las atarás a tu mano como una señal, y serán como una insignia entre tus ojos; las escribirás en las jambas de tu casa y en tus puertas».

Libro del Deuteronomio (Dt 6, 4-9)

Es constante en la Tradición cristiana, como también en la hebrea [29], que la primera y más incisiva transmisión de la fe a los hijos acontezca en el seno de la familia.


La familia: Iglesia doméstica

Cristo quiso nacer y crecer en el seno de la Sagrada Familia de José y de María. La Iglesia no es otra cosa que la «familia de Dios». Desde sus orígenes, el núcleo de la Iglesia estaba a menudo constituido por los que «con toda su casa» habían llegado a ser creyentes. Cuando se convertían deseaban también que se salvase «toda su casa». Estas familias convertidas eran como islas de vida cristiana en un mundo no creyente (CEC, 1655).

Los Padres de la Iglesia, en la tradición cristiana, han hablado de la familia como «iglesia doméstica», como «pequeña iglesia». Se referían así a la civilización del amor como un posible sistema de vida y de convivencia humana. «Estar juntos» como familia, ser los unos para los otros, crear un ámbito comunitario para la afirmación de cada hombre como tal, de «este» hombre concreto. A veces puede tratarse de personas con limitaciones físicas o psíquicas, de las cuales prefiere liberarse la sociedad llamada «progresista». lncluso la familia puede llegar a comportarse como dicha sociedad. De hecho lo hace cuando se libra fácilmente de quien es anciano o está afectado por malformaciones o sufre enfermedades. Se actúa así porque falta la fe en aquel Dios por el cual todos viven (Lc 20, 35) y están llamados a la plenitud de la vida.

Carta a las familias, 15. [30]


La educación a la fe desde la más tierna edad de los hijos: enseñar a rezar

«La educación en la fe por los padres debe comenzar desde la más tierna infancia. Esta educación se hace ya cuando los miembros de la familia se ayudan a crecer en la fe mediante el testimonio de una vida cristiana de acuerdo con el Evangelio. La catequesis familiar precede, acompaña y enriquece las otras formas de enseñanza de la fe. Los padres tienen la misión de enseñar a sus hijos a orar y a descubrir su vocación de hijos de Dios. La parroquia es la comunidad eucarística y el corazón de la vida litúrgica de las familias cristianas; es un lugar privilegiado para la catequesis de los niños y de los padres» (CEC, 2226).

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Notas

[29] Todo el pensamiento hebreo gira alrededor de conceptos pedagógicos concernientes a la educación de los hijos en cuanto que la transmisión de los conocimientos de los padres a la prole es el fundamento mismo de la familia hebrea y garantía para la continuidad de la identidad hebraica y de la comunidad entera.

La palabra «hijos» en hebreo se traduce con «banim» de cuya misma raíz deriva el sustantivo «bonim» (constructores).

Los hijos permiten la construcción de la comunidad y de ellos depende su futuro; también por este motivo están considerados, por el hebraísmo, un tesoro preciado donado por Dios. Todos los grandes maestros del pensamiento tradicional hebreo concuerdan en la afirmación de que la finalidad principal de la educación consiste en trasmitir unos valores fundamentales universales en la base de una sana relación entre padres e hijos.

La Biblia enseña que los padres y maestros tienen la obligación de guiar a sus propios hijos en la distinción entre el Bien y el mal en las distintas esferas de la vida. Está escrito que para una educación sana, el padre y la madre tendrían que estar de acuerdo sobre conceptos educativos básicos, unidos y coherentes en sus propias acciones.

El Talmud sugiere que, en el momento de educar a sus hijos, un padre tiene que dejar que «la mano izquierda rechace mientras la derecha acoge», es decir, el amor (simbolizado por la mano derecha, más fuerte) tiene de todas maneras que seguir siempre a la punición y ser utilizado mayoritariamente respecto a la severidad.

La liturgia cotidiana que se desarrolla entre los muros domésticos no es, según el hebraísmo menos relevante que la liturgia sinagogal. (L ‘educazione nella famiglia ebraica moderna, tesis de Laura di Rivka Barissever, www. moi’asha. i t/tesi/brs v/br rsv04. html).

[30] Juan Pablo II, Carta a las Familias, Roma 1994.

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